¡Aló! Hola, Buenos días, Doña Teresa soy Fernando, el amigo de Doña Lucía, su vecina, ¿Cómo está? Ella me dijo que podía recibir llamadas en su casa, ¿Está en lo correcto? ¿Usted le podría decir a ella que espere llamada mía el miércoles a las 4 pm? eso sí con toda discreción, el marido no se puede enterar de que yo la estoy llamando.
Esa fue una de las primeras llamadas que mi abuela recibió a su nueva línea telefónica, fue la primera línea telefónica de la vereda El Roble, de las cinco contadas que existían Guatapé en 1990, era una excentricidad para la época y una necesidad creada por el consumo que ya daba sus primeras puntadas en el pueblo.
La empresa de teléfonos sacó una promoción por cortísimo tiempo y teníamos que ser muy “bobos” para no aprovecharla, así que busco un crédito por doscientos mil pesos, llenó la solicitud y Teresa Garcés accedió a su línea telefónica que la conectaría con su hija en Londres y sus hermanas en Medellín.
La primera comunicación que desde el 511 se hizo fue para Berta Garcés, antes de hacer una llamada mi abuela escribía o dictaba en un papel una “boleta” como le decía a sus mensajes escritos.
-“Astrid sáqueme una boleta para llamar a Berta”-, la hermana menor de mi abuela que vivía en Medellín y tenía teléfono, aunque para los 90s no era tan curioso tener teléfono en Medellín, para mi abuela sí era una novedad y un lujo poder llamar desde Guatapé sin tener que acudir a la central telefónica de la plaza, una reducida oficina con una cabina encerrada en vidrio y un calor que agobiaba por la cantidad de aparatos que había, la boleta tenía el mensaje muy corto, se apelaba a la síntesis ya aprendida en los escasos telegramas que se enviaban, una llamada era como un telegrama; pero con voz, cuando el mensaje ya estaba escrito, hasta con susto mi abuela se acercaba al teléfono verde policía, con números cuadraditos marcados en color blanco que venía con la súper promoción, alzaba el teléfono y se escuchaba una especie de campanita aguda por la bocina, mi abuela hundía cada tecla del teléfono de forma pausada; pero con fuerza, lo hacía tan duro que se escuchaba un piiiiiiiii pronunciado, repetía en voz alta cada número que marcaba y esperaba en un silencio eterno que empezara a repicar.
El teléfono estaba en una improvisada repisa de madera que a duras penas alcanzamos las niñas de la casa, las conversaciones eran tan cortas que no había tiempo de sentarse; por eso mi abuela nunca puso silla al lado del teléfono.
Berta hola, ¿Cómo está?, mi querida la llamó desde la casa, ya me pusieron el teléfono, escriba el número para que me llame: ocho, seis, diez, cinco, once. Sí lo anotó?, bueno mi querida hasta luego.
Cuando el teléfono se popularizó y hubo más líneas telefónicas en el pueblo decíamos: llámame: mi teléfono es el 511 y cuando hubo muchas más líneas tuvimos que agregar: Mi teléfono es el 511 con el 10, porque hubo que ampliar los indicativos y ponerlos con el 10 ó el 11.
Algo atemorizaba más que el hecho de hacer la marcación para una llamada y era la primera cuenta o factura, esa llegó y con ella una caja de madera con dos tornillos de punta redondo o cáncamo en donde entraba el candado que confinaba al 511 al encierro, solo quedaba expuesta la bocina para recibir llamadas, así no habría cabida a otro susto por cuenta de los excesivos costos de un teléfono fijo.
También estrenamos el aviso pegado en la pared muy cercano al teléfono que decía: “llamadas a 200 pesos”, con mucha vergüenza se tuvo que poner el aviso porque las múltiples llamadas para los vecinos ocupaban espacio y cobro en la cuenta y por que mi abuela vio la oportunidad de sacarle plata a la línea telefónica.
Con el tiempo nos convertimos en una mini central telefónica, si estábamos de buenas veíamos pasar a los vecinos para darles la razón de esperar llamada: – Don Héctor que espere llamada de doña Elvira el viernes a las 3 pm, si no había que ir a buscarlos hasta su casa y dejar la boleta que escribía mi abuela:
-“Doña Ester, espere llamada mañana a las 2pm”.-
Para no perder la llamada se iban con tiempo y hacían una pequeña visita mientras el teléfono sonaba, todas corríamos a contestar; pero un pellizco casi siempre nos atajaba porque la recepción de llamadas era asunto de gente “grande” las niñas de la casa solo podíamos llevar las razones.
En la ruralidad se habla duro, porque hay espacios que llenar, por que el viento se lleva nuestras voces y hablar por teléfono no era la excepción, en toda la casa se escuchaban las conversaciones que en muchos casos eran privadas, allí y sin querer nos enteramos de amoríos prohibidos, negocios y situación financiera de las familias de la vereda.
Años después los costos para tener una línea telefónica nueva bajaron, ya casi todos en la vereda tenían teléfono y el negocio de las llamadas se dañó.
Con el tiempo aprendimos que si el verde policía sonaba a horas no adecuadas era porque venía en camino una mala noticia y escucharlo sonar a las 5 Am ó 10 Pm era un calvario.
Aprendimos también que era divertido hacer llamadas en broma, marcar números al azar o buscarlos en el directorio telefónico, un libro grande que contenía los números de teléfono de las casas y negocios del oriente antioqueño y Medellín, también llamábamos a preguntar a la familia de apellido Toro si estaba la vaca, llamar y esperar en silencio varias veces al día hasta escuchar que al otro lado de la línea alguien se desesperaba y nos insultaba, eran los pasatiempos de una generación que exploraba la telefonía fija recién llegada a Guatapé.
Del verde policía, cambiamos a un teléfono anaranjado con un círculo negro que giraba, se llamaban teléfono de discado, se marcaba metiendo el dedo en el número deseado para girarlo o arrastrarlo hasta el final de la circunferencia, sonaba cuando se empezaba a devolver la ruedita con los huecos, era todo un reto a la paciencia porque teníamos que esperar que la circunferencia de devolviera para seguir la marcación.
Con la entrada de la tecnología celular los teléfonos fijos volvieron a ser de nuevo una excentricidad, todos cambiaron el verde policía y los teléfonos de discado por la posibilidad de responder las llamadas en cualquier parte; mi abuela se apegaba a su teléfono fijo aunque supiera contestar llamadas y mandar notas de voz desde su smartphone, porque también hubo que entrar a la era digital con toda y era la única de sus amigas que tenía celular y lo mejor de todo es que sabía como llamar desde los complejos teléfonos con pantalla gigante, cámara, conexión wifi, que además sirven entre otras para llamar, así que el 511 se volvía cada vez más obsoleto, hasta se le quito la caja de madera y hoy 30 años después de su primer sonido estridente le dijimos adiós; porque también le dijimos adiós a mi abuela que nunca quiso quitarlo.
We’re guessing that you’re visiting Guatapé because it’s a colourful town that appears on every Colombia itinerary, right? But do you actually know why this town is so colourful?
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