Desde siempre hemos migrado, los primeros lo hicieron para conquistar tierras, acaparar riquezas, tener una vida próspera, asegurar que el linaje sea poseedor de algún capital que garantice la descendencia y el apellido, siempre fue cuestión de estar mejor, explorar, atisbar si la nueva tierra promete algo bueno.
Eso hicimos y seguimos haciendo los humanos. Recuerdo en los 80´s cuando Richard, mi amigo se fue a montar negocio a Venezuela; porque la cosa por allá estaba buena. Tiempo después se llevó a su esposa e hija, abrieron un restaurante y con él consiguieron la camioneta, casa, y una escuela bilingüe para la niña, mandaban dinero a Colombia, para que su anciana madre y sus hermanos pudieran ayudarse con los gastos de la casa que ya empezaban a volverse impagables para la economía colombiana.
En Europa están las migraciones por refugiados, en Australia los estudiantes que no ven un futuro promisorio en sus países, casi siempre del tercer mundo, allá pueden estudiar y trabajar, vivir bien y hasta ahorrar para comprar una casa o apartamento en su terruño, en Canadá están los estudiantes becados que no tienen que trabajar, en la USA los centro y suramericanos que se fueron de paseo con una maleta de 10 kg y se quedaron porque las oportunidades de trabajo y los billetes verdes, les hicieron ojitos, como mi amigo Andrés que tuvo que salir del país por falta de oportunidades y ahora está en proceso de visado por asilo político, también están los que se fueron por el hueco, como mis amigos Dani de Colombia y Jhonatan de El Salvador, todos con historias tan distintas; pero al final la misma: buscar un futuro para ellos y sus padres, arriesgando la vida al cruzar el río Bravo y encontrarse a la migra, como le dicen a la policía de frontera, tal vez ya no pensando en que el linaje se garantice y el apellido perdure, solo buscando la sobrevivencia.
¿Y qué nos hace hoy pensar que somos tan diferentes? Nunca se nos pasó por la mente tener a miles de personas que se vinieran a vivir a nuestro país, los desterrados, los que salen a buscar mejores condiciones de vida siempre hemos sido los colombianos, con este No futuro que promete la economía, la violencia cada día se reafirma más, más amigos, familiares y conocidos hablan de irse, las oportunidades laborales manoseadas por politiqueros y los insuficientes salarios están rebosando la tapa de muchos compatriotas; pero ahora, pese a todos los pronósticos y diagnósticos que hablan sobre la devaluación de nuestra moneda, los que recibimos personas somos los colombianos, una paradoja que me hace pensar en lo mal que pueden estar en otro país. Ese país de al lado que se nos olvido, o por cuestiones de ignorancia no sabiamos que eramos uno: La Gran Colombia, un súper país conformado por Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá, ahora somos cuatro divididos con situaciones económicas parecidas, (menos Panamá) y una hermandad que se fue volviendo acuerdos políticos; y poco de hermandad.
Ahora recibimos miles de venezolanos algunos de tránsito que van para países con economías aparentemente estables como la de Chile y algunos que se radican en Colombia y la verdad no entiendo el porqué, nuestra economía no promete nada bueno para los nacionales, qué les puede ofrecer a los que no son de aquí y no tiene voz y menos voto, la moneda de cambio para tener mejores oportunidades en un país y en un pueblo que se mueve asi.
Recuerdo en 1998 cuando llegaron al Colegio los primeros migrantes extranjeros, una familia con dos hijos que eran la sensación, los llamábamos los venezolanos, eran los únicos, todos tenían algo que ver con ellos, era un nuevo acento y nuevas historias, ahora la situación ha cambiado un tanto, conversando con mi amigo Marcos de Venezuela en tono jocoso dice que Guatapé, ahora se llama “Guatazuela”, fue hasta ese momento que caí en la cuenta de una situación que había normalizado. Según la gobernación de Antioquia habitamos Guatapé 8.709 personas en 2020, no hay un censo real sobre la cantidad de venezolanos en Guatapé, hablan de 1.300 y 1.800; por el contrario la cifra del sisben registra 284 personas, obviamente faltan muchas más, solo basta con dar una vuelta por algunos barrios de Guatapé para hacer cálculos, La esperanza, Santa Ana, El paraíso, y el parque de los patos dan cuenta de la migración, la primaria y secundaria lo afirman, para 2017 eran 1.203 estudiantes en I.N.S.P y en 2022 : 1.450. Los restaurantes y tiendas tienen en promedio 3 empleados venezolanos, de sus garantías salariales ni preguntar, ellos mismos me cuentan cómo funcionan los pagos, horarios, y a veces el trato de algunos clientes y hasta empleadores, todavía seguimos pensando de manera despectiva hacia los migrantes, ¿Cómo podemos pensar en xenofobia en el pueblo que vive por y para los extranjeros?, eso es desconocer lo que somos y lo que hemos sido.
En una de las muchas conversaciones con mi amiga Kate del estado de Zulia, me cuenta cómo llegó a Guatapé: -“ Mi novio tenía a su amigo Manuel aquí, nos contó que el pueblo era muy turístico y tenía muchas oportunidades para trabajar, salimos como la mayoría de los venezolanos, sin importar a dónde, con tal de iniciar un mejor estilo de vida”, cuatro morrales con su ropa era todo lo que la pareja traía, llegaron con las indicaciones de Manuel, a quien también conocí. Recuerdo que les hicimos seguimiento durante el viaje para ver que todo estuviera bien, se escuchan historias de atracos y obviamente no queríamos que eso les sucediera, llegaron de noche, y no pudieron ver su nuevo hogar con claridad, el día los sorprendió con un pueblo lleno de turistas, eso fue en 2018. Kate es profesional docente de escuela en Venezuela, su novio es chef, algunos de los otros venezolanos que he conocido son ingenieros de petróleo, arquitectos, ingenieros de sistemas, periodistas y médicos, venden tortas, manillas, hacen aseo, son meseros, manejan uber, hacen domicilios, algunos de los trabajos que los Guatapenses no quieren hacer porque así funciona aquí y en la USA o en Australia, nosotros los colombianos también migramos para hacer lo que los locales no quieren, somos los que lavamos baños, hacemos domicilios y meseriamos, somos los discriminados, los mal pagados y los que cargamos con la fama de ser eso que tanto nos dicen y que empieza a cambiar un poco, ya no nos recuerdan por Pablo, ahora nos hablan de futbolistas y cantantes; pero en el fondo por un puñado de compatriotas que se comportan mal pagamos todos cuando salimos del país, así me lo recuerda Kate cuando le pregunto: ¿Qué quisieras decirle a los Colombianos si tuvieras la oportunidad de ser escuchada o leída por muchos? – “Si yo tuviera esa oportunidad lo primero que haría sería agradecer, porque he conocido mucha gente buena acá que con granitos de arena me han permitido tener un poquito de ese calorcito que me tocó dejar atrás!
Ahora si yo pudiera ser la voz de la mayoría de los venezolanos que de verdad vinimos a echarle ganas por tener esa calidad de vida que buscamos lo primero que haría sería Gritar a todo pulmón que no todos somos iguales, que se siente horrible cuando generalizan por la nacionalidad, que no por haber nacido en el mismo país que otros quiere decir que somos iguales, aquí así como he conocido mucha gente linda también he conocido mucha gente de mal corazón que discriminan y ponen etiquetas por no ser “paisana, o nativa” siempre me acuerdo de una señora muy religiosa quien una vez quiso compartir la palabra y apenas me escuchó hablar de una me dijo con tono despectivo: ¿De dónde es usted? ¡No me vaya a decir que venezolana! le pregunté a la señora: ¿Para hablar de Dios importaba saber de donde era la otra persona? porque si era así yo no estaba interesada en hablar de nada que dividiera a la gente… Y si tuviera la oportunidad de hablar por esa gente que hace el mal suena triste pero no lo haría, porque ese tipo de gente no me identifica. ¡A Colombia en general le diría que también es HERMOSA!, gracias por abrirnos la puerta y darnos la mano, me hace muy feliz que busquen la manera de hacer legales o visibles (como ellos apodaron) a quienes no tienen la forma de conseguir éste estatus!.”
También es migrante el vecino que se vino de Medellín o Bogotá a poner su negocio en Guatapé, también hemos sido migrantes cuando nuestros amigos o familiares se van en busca de mejores oportunidades, cuando tuvimos que dejarlo todo por la violencia o cuando la hidroeléctrica nos despojo y tuvimos que empezar de cero en Medellín, Cartagena, España o Francia, somos lo mismo y los mismos, ¿Por qué lo olvidamos tan seguido?.
Estos ires y venires de gente que se queda a vivir o que está de paso, han hecho que no seamos más los mismos, esta aculturación ha cambiado a Guatapé, lo siento cuando voy a un restaurante y pruebo una sazón diferente, cuando me ofrecen la carta de un restaurante, y cuando en el supermercado habló con la cajera que es la que me indica que tanta inflación tenemos porque la costumbre de mercar sin mirar precios solo me deja ver que mi canasta contiene menos y vale más; en 2018 la harina de trigo valía 700 pesos, hoy se puede encontrar en 2800, la cajera me dice: “así empezamos nosotros”. Salgo pensativa y muy preocupada, nos estamos volviendo como siempre nos advierten los políticos, aunque esta columna de opinión no es sobre Venezuela, volviendo al tema ¡ya no somos los mismos!, la gastronomía de Guatapé mejoró, los venezolanos cocinan rico y eso se nota, la atención en los restaurantes es mejor que años atrás, ya podemos conseguir repostería exquisita, pan baguette, cinnamon rolls, tenemos más artistas que pintan, y que cantan, y hasta empezamos a descubrir otras formas de llamar a los objetos; ahora conocemos cientos de nuevas palabras, gracias a esta aculturación se ha enriquecido la oferta gastronómica basta con ir a 4 ó 5 restaurantes que sorprenden gratamente.
Durante la pandemia me ocupaba de pensar en los venezolanos, ¿Cómo estarían? en un pueblo pequeño uno se entera de algunas situaciones. ¿Qué tantos mercados repartió el gobierno y a quién no?. La mayor y más grande ayuda la recibieron de otra inmigrante, una Iraní que se echó a la espalda hacer un crowdfunding o vaca para entregar mercados y ayudar a todo el que se pudiera.
Pensé que después de la pandemia seríamos otros; más empáticos con el vecino no importando si es de aquí o de allá; salimos siendo otros, ¡mucho peores! ¿Todos?, ¿algunos? salimos con más xenofobia, pensando más en mí que en el otro y pensando todavía menos en el medio ambiente.
Nada es bueno, nada es malo todos somos migrantes y como mi amigo Richard que buscó un mejor futuro en Venezuela, o mis amigos en Australia, Canadá y la USA, estar lejos del terruño, lo conocido, la comida y la familia no es fácil. Aquí el asunto pasa y siempre pasará por un nuevo término que acuñan La escritora y filósofa, Adela Cortina (Valencia, 1947) «Aporofobia; el rechazo al pobre» ¡si las migraciones fueran de ricos otro gallo cantaba!.
Algunas palabras nuevas para mí que usa frecuentemente mi amiga Kate:
Venezuela – Colombia
Cotufas – Crispetas
Cambur – Banano
Caraotas – Frijol negro
Parchita – Maracuyá
Pasticho – Lasagna
Patacón (para nosotros es un plato con plátano, queso, carnes, ensaladas y un montón de cosas más) y lo que aquí es patacón para nosotros se llama Tostón.
Refresco – Gaseosa
Tobo – Balde
Pipote – Caneca
Paño – Toalla
Caucho – llanta
Franela – camisilla
jojoto – mazorca
Chamo – muchacho
Café – Tinto.
A la ropa interior (calzoncillos) les decimos pantaletas para mujeres e interiores para hombres
Coleto o Lampazo – Trapero
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